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Cubos de basura vintage y retro

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Historia del cubo de basura

La basura es una de las consecuencias de la civilización. Sabemos que el hombre antiguo sólo generaba residuos orgánicos que la naturaleza eliminaba con facilidad. Pro con la civilización, esto se convirtió en un problema.

En los basureros del Neolítico, ubicados siempre en acantilados y ribazos lejos del hábitat, se han hallado desperdicios de toda clase, evidencias que han servido a los historiadores como fuente de información al respecto de la dieta y las costumbres del hombre primitivo, como los basureros prehistóricos de Kepinski Vir, región de Asia Central junto al mar Negro.

Por otra parte la Antigüedad no tuvo problemas de acumulación de basuras: la basura sólida se reducía a restos de cerámica rota, huesos de animales sacrificados o muertos, excrementos, restos de actividades artesanas y poco más, todo lo cual iba a parar al río, y cuando no lo había se amontonaba en los muladares: palabra latina procedente de murus= muralla, extramuros de la ciudad; allí se amontonaba la basura orgánica e inorgánica.

En los poblados menores se señalaba un lugar para la basura lejos del poblado, lugar que con el tiempo se convertía en foco de infección y origen de plagas que las ratas se encargaban de transmitir. Eran lugares impuros, acotados, a los que en alguna época se arrojó también el cuerpo de los ajusticiados.

El problema de cómo habérselas con la basura es reciente. En la Edad Media se quemaba en algunos lugares del campo, enterrando luego las cenizas o arrojándola a los ríos o al mar; pero continuó el uso de los muladares.

La basura sólida era un problema menor, inexistente en muchos lugares: la gente no tiraba nada, se aprovechaba todo al máximo, tanto lo orgánico como lo inorgánico. En el Toledo visigótico se pretendió evitar la existencia de los muladares que se extendían a orillas del río acotando un pequeño espacio hecho de mampostería, que a modo de cubo grande recibiría los residuos, pero aquello nunca se llevó a cabo.

Con el aumento demográfico creciente de las ciudades, a las que acudía el hombre del campo huyendo del yugo del feudalismo, empezó a preocupar un tipo de residuo difícilmente manipulable: el excremento humano.

No había retretes ni letrinas; el wáter aún tardaría en inventarse. En un informe que se hizo para la ciudad de Valladolid en 1601, en que Felipe III la convirtió en capital del reino hasta 1605, se decía que el problema de las basuras era grande, porque afeaba diversos lugares de la ciudad.

Pero que lo más urgente era limitar la licencia que había para las aguas menores, aunque el problema mayor lo ofrecían las mayores, los excrementos, sobre todo de noche, en que los orinales eran la única solución a ciertas urgencias fisiológicas y una vez llenos se vaciaban en las calles.

Pero ¿cómo recoger los orinales y dónde vaciar su contenido? Era un problema. No lo era tanto para otro tipo de desperdicios o basura, como la resultante de la vida diaria, las barreduras y restos de la cocina, que se arrinconaban en una esquina del patio, se acarreaba al muladar de la villa o se depositaban en un sitio discreto del jardín, donde se cubrían de tierra.

Pero no había cubo que recogiera nada. A fin de solucionar el problema se instituyó en el siglo XVII un servicio de recogida de inmundicias de pago: una cuadrilla de basureros y recogedores de orinales, recorría las calles y por una cantidad no muy elevada se hacían cargo de las inmundicias y basuras generadas durante el día; pero no dio resultado.

Los bacineros pasaban muy tarde, a partir de la una de la madrugada, y la servidumbre no esperaba; cuando se les afeaba su conducta decían que los orinales no se llenan hasta la madrugada, y que los criados no pueden esperar a que sus señores sientan ciertas necesidades para irse ellos a la cama.

El caso era que tanto los orinales como las basuras domésticas se lanzaban por la mañana a la calle al grito de ‘Agua va’, a menudo sin mirar si pasaba gente, costumbre que originaba altercados y pleitos, como el que tuvo lugar en tiempos de Cervantes entre dos caballeros por haber vaciado el criado de uno un bacín al paso del carruaje de otro. Como consecuencia las ciudades presentaban un aspecto deplorable. Un periódico parisino de mediados del XVIII asegura:

París es una ciudad infecta y un lugar odioso; las calles apestan, y huelen de manera que no resulta posible salir con la nariz descubierta.

Lo mismo hubiera podido escribirse de Madrid, Lisboa o Londres, donde aunque hubo servicio de recogida de basuras la gente no lo utilizaba por no pagar unos cuantos maravedís. Se pensó en hacer algo al respecto un 7 de marzo de 1884: la mañana de aquel día las quejas acumuladas sobre la mesa del prefecto de la ciudad de Grenoble, Eugène Poubelle, eran muy numerosas.

Este caballero ilustrado pensó sobre la forma de solucionar el problema; uno de los informes decía: ‘Se preguntan los vecinos de X que hasta cuándo va a ser imposible dar dos pasos sin pisar tres porquerías’. El señor Poubelle ordenó que se colocara en la entrada de los edificios uno o más cubos para recoger la basura que generaban sus vecinos.

Por ley se mandó no disponer de los residuos de forma individual, sino que todos deberían depositarlas en aquellos recipientes. Esta sabia disposición municipal no sólo gustó, sino que fue imitada por otros.

Evolución del cubo de basura

Como el cubo de la basura colectiva era muy grande, no tardó en aparecer por las tiendas cubos individuales o familiares. Así se podía echar la basura para no tener que acudir constantemente al cubo de la basura comunitaria.

Fue así como nació el cubo de la basura actual, supongo que no sin problemas para el prefecto, ya que su apellido se convirtió en sinónimo de cubo de basura, y todo el mundo comentaba su utilidad, lo estupendo que era tener un ‘poubelle’ en casa.

El apellido del prefecto se convirtió así en sinónimo de cubo de basura, para espanto del político, que tuvo que cambiar de nombre porque la situación se le había hecho insostenible a su familia.

Le pasó como al doctor Condon, inventor del preservativo. Junto a esta medida Eugène Poubelle organizó un cuerpo de recogedores de basura urbana cuya presencia se haría advertir mediante el toque de corneta.

Estos operarios municipales dispondrían de grandes volquetes en los que transportaban la basura a un lugar de la ciudad decidido de antemano. Los barrenderos municipales vertían los cubos de basura en los volquetes tras anunciar su presencia mediante el toque de una bocina de ferrocarril.

A su sonido salían a la puerta de las casas las criadas o las señoras portando unas el cubo de la basura. Y, otras los vasos de noche u orinales: todo era volcado en el colector. El sistema de recogida de basuras llegó a su punto culminante en 1933. Y, fue cuando el ingeniero francés Fernando Rey puso a punto el primer volquete, construido a partir del chasis de un autobús: la gente lo llamó el Madeleine/Bastille.

Mientras esto pasaba en Francia, en la mayoría de los países la forma habitual de deshacerse de la basura era abandonándola en los muladares de las afueras. Hasta que ya en 1912 se colocaron basureros públicos controlados.

Un paso importante se dio en 1919 con el invento del colector de basura. Sistema que mediante tubos de cemento la conducía al exterior de los edificios, donde era recogida en grandes contenedores. Otra mejora importante tuvo lugar en 1929 con la aparición de la pila trituradora de basura o garbage disposal. Ésta trituraba los desperdicios en el fregadero y los conducía por el desagüe al alcantarillado público.

A este aparato se le aplicó un motorcillo eléctrico y en 1938 eran cientos los hogares que lo utilizaban en América. Cuando en 1959 llegó el invento a Europa, la casa Thomson, su fabricante, había vendido ya más de cien millones de unidades en todo el mundo. Pero la basura tratada de esta manera era una mínima parte.

Todos sabemos que de los más de cincuenta kilogramos de desperdicios que genera un ciudadano occidental sólo el 5 por ciento es basura orgánica. ¿Qué hacer con el volumen ingente de la basura restante? Es un problema que habrá de encontrar solución antes de que nos encontremos viviendo en el interior de un gigantesco cubo de basura.